Anécdotas-primera entrega
Hoy comienzo a hacer el recuento de las mejores anécdotas de mi vida. Con ellas, entenderán un poco cómo soy yo. Primera entrega, cada una tendrá dos anécdotas.
Hermana electrocutada
Mi hermana tenía siete años, yo seis. Estábamos en El Cafeterito, un supermercado de otrora época en Medellín. Mi mamá mercaba, yo peleaba con mi hermana. Por ese entonces, ella, linda ella, tenía sus dos dientes frontales cubiertos con un revestimiento de metal, no sé que material, pero tenía lo que llamaban las abuelas los dientes de plata. Ambos veníamos de una pelea a muerte por manejar el carrito. Éramos los peores enemigos, odios desde pequeños saliendo a relucir. Llegó el momento de pagar. Todos los productos pasaron por la caja registradora y al final, en el momento en que mi madre firmaba el cheque, curiosa hermana asomó su cabeza y posó sus dientes sobre el plateado acero inoxidable de la caja registradora. Terror inmediato: ¡La cogió la luz! ¡la agarró la fuerza! Sus dientes no se separaban y ella temblaba al son del corrientazo, hasta que mi mamá se dio cuenta y la alcanzó a halar. Llanto profuso y regaño materno: ¿quién dijo que una caja registradora se mordía? La muchachita durmió todo el camino de regreso a casa. La verdad: gocé mucho.
Pinguino Bon Ice
Caminaba por la calle 10. Había llovido copiosamente. El piso mojado como si esta ciudad tuviera lluvias de Otoño. Iba ensimismado con mis pensamientos. Delante de mi, un señor, 40 años, camiseta blanca, bluyín frosted medio entubado. Caminaba rápidamente. El personaje en cuestión saltó de la acera a la calle en su afán por esquivar a una señora pobre que extendía su mano suplicando misericordia en monedas. No aplicó las lecciones de conducción, “mire bien antes de adelantar, espejos retrovisores, y si tiene dudas no lo haga”.
Debería haber dudado. Un pingüino de Bon Ice, ¿Los recuerdan? Bajaba sin frenos por la calle. Se lo llevó por delante. Yo no aguanté la risa y grité: “Lo atropelló un pingüino de Bon-Ice”. Se quebró una pierna y el pingüino perdió una rueda. Seguí mi camino pensando en lo vergonzoso que sería para ese señor que le preguntaran:
-¿ey, viejo, cómo se quebró el pie?-.
-No, pues... me atropelló un pingüino-.
¿Será que llamaron al Tránsito? ¿Le harían prueba de alcoholemia al antártico personaje?
Hermana electrocutada
Mi hermana tenía siete años, yo seis. Estábamos en El Cafeterito, un supermercado de otrora época en Medellín. Mi mamá mercaba, yo peleaba con mi hermana. Por ese entonces, ella, linda ella, tenía sus dos dientes frontales cubiertos con un revestimiento de metal, no sé que material, pero tenía lo que llamaban las abuelas los dientes de plata. Ambos veníamos de una pelea a muerte por manejar el carrito. Éramos los peores enemigos, odios desde pequeños saliendo a relucir. Llegó el momento de pagar. Todos los productos pasaron por la caja registradora y al final, en el momento en que mi madre firmaba el cheque, curiosa hermana asomó su cabeza y posó sus dientes sobre el plateado acero inoxidable de la caja registradora. Terror inmediato: ¡La cogió la luz! ¡la agarró la fuerza! Sus dientes no se separaban y ella temblaba al son del corrientazo, hasta que mi mamá se dio cuenta y la alcanzó a halar. Llanto profuso y regaño materno: ¿quién dijo que una caja registradora se mordía? La muchachita durmió todo el camino de regreso a casa. La verdad: gocé mucho.
Pinguino Bon Ice
Caminaba por la calle 10. Había llovido copiosamente. El piso mojado como si esta ciudad tuviera lluvias de Otoño. Iba ensimismado con mis pensamientos. Delante de mi, un señor, 40 años, camiseta blanca, bluyín frosted medio entubado. Caminaba rápidamente. El personaje en cuestión saltó de la acera a la calle en su afán por esquivar a una señora pobre que extendía su mano suplicando misericordia en monedas. No aplicó las lecciones de conducción, “mire bien antes de adelantar, espejos retrovisores, y si tiene dudas no lo haga”.
Debería haber dudado. Un pingüino de Bon Ice, ¿Los recuerdan? Bajaba sin frenos por la calle. Se lo llevó por delante. Yo no aguanté la risa y grité: “Lo atropelló un pingüino de Bon-Ice”. Se quebró una pierna y el pingüino perdió una rueda. Seguí mi camino pensando en lo vergonzoso que sería para ese señor que le preguntaran:
-¿ey, viejo, cómo se quebró el pie?-.
-No, pues... me atropelló un pingüino-.
¿Será que llamaron al Tránsito? ¿Le harían prueba de alcoholemia al antártico personaje?
Lo mejor que te puede pasar en la vida es ver a un pingüino atropellando a alguien...